domingo, 21 de septiembre de 2008

Primavera


Era sistemático. Cada vez que a Aneta se le escurría algún cuco por la rendija de la puerta o por el ojo de la cerradura, y quedaba dentro de su pieza, ella se metía detrás del gran espejo de pared, dejando al reflejo de la entidad vagando consigo mismo un rato. Más tarde el cuco se iría y quedaría su reflejo encerrado para siempre en el gran espejo de pared.
Una noche, se escabulló un cuco imponente, de manos viriles y lengua larga, más hábil que los anteriores. Aneta no alcanzó a esconderse detrás del espejo, y su ahora desnudo cuerpo estaba bajo la sombra del espectro.
Sus largos dedos la dominaban, y su lengua no dejaba rastro de la piel blanca de la joven; estaba como en trance. Los reflejos de ambos se fusionaron, pero tras los nimios gritos de ella, se vislumbraba un aura de goce, de sosiego.
Aneta despertó sola, yaciendo en el piso junto al gran espejo de pared. Aun estaba desnuda, y su entrepierna reflejaba un pimpollo aromático, una fresia, un jazmín.


En esta primavera, estimados seguidores de "el punto es que", les obsequio esta pequeña obra de mi autoría. Preferí, en esta ocasión, evitar cualquier tipo de introducción o nota para no condicionar sus comentarios (espero recibirlos).
Helios.

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