lunes, 28 de julio de 2008

Invierno

Su lecho se había vuelto un lugar demasiado vasto. Ya no era cálido, ya no era su refugio. Una gran tierra de nadie.
Esa noche se acostó decidido a no compartir más ése páramo con la soledad, y así, se puso a construir. Al principio había tan sólo una casa y un molino, pero pronto apareció un río caudaloso, y varias goletas anclaron junto a la almohada.
Al día siguiente, se levantó una vez más en medio de la calma tísica de siempre. Nuevamente empezó a construir. El pueblo tenía ahora algunas calles y un puerto pintoresco. Esta vez no vino ninguna barca. Abrió una fábrica, y no tardó mucho más en aparecer el cableado eléctrico.
Una nueva mañana. Mucho frío. Pero… ¿dónde estaba todo el mundo?
Esa noche la ciudad adquirió un ritmo vertiginoso. Casi daba miedo pensar que todo aquello cabía en mi cama: avenidas, luces de neón, trenes y trolebuses, y un gran rascacielosrasos. Le costó mucho dormir esa noche, el ruido era letal, punzante. Los subterráneos funcionaron hasta las tres de la madrugada bajo el colchón, y reabrieron su servicio a las cinco. A la mañana siguiente, la ciudad aun estaba ahí. Gigante, desierta.


Única entrada en este mes de peripecias. Los dejo con un cuento de mi autoría, cualquier otra acotación por mi parte es irrelevante.
Helios.