Yo me duermo a la orilla de una mujer; yo me duermo a la orilla de un abismo.*Hombres perspicaces, sí los hay. Mujeres que no lo sean, no las hay. La mujer tiene una virtud que no deja de asombrarme, una de la cual no habló Darwin pero que no puede ser un don instaurado por generación espontánea. Hablo del sexto sentido con el que cuenta el sexo femenino, aquel que se corporiza en forma de nariz, una segunda nariz ocualta por ahí, en algún recoveco del cual nadie tiene la exacta locación.
Con ella, la mujer todo lo huele en el hombre, todo la sabe, como si leyera un libro que ya estaba abierto al haberlo encontrado, o para ser más exactos, como si olfatearan una flor que acaba de abrirse. Esta segunda nariz puede percibir cada matiz, cada gota de rocío que haya rozado los delicados pétalos, cada molécula del néctar que cree estar escondido.
Las propiedades de este sexto sentido femenino alcanzan su estadío más desarrollado con la maternidad. Es decir, si una mujer se las olía todas antes, con la llegada de un hijo de las huele mucho más, hasta alcanzar un punto cuasi paranormal.
En fin, éste maravilloso don de la mujer la convierte en un abismo para el hombre, aquello que nos separa. ¿Qué hacer entonces, con esto?
Considero que no hay mejor alternativa que dejarse caer.
Helios.
* Eduardo Galeano, "La noche/3", en El libro de los abrazos, Buenos Aires, Siglo XXI, 1996.