domingo, 30 de noviembre de 2008

huraño III

Hallazgo de la vida

¡Señores! Hoy es la primera vez que me doy cuenta de la presencia de la vida. ¡Señores! Ruego a ustedes dejarme un momento, para saborear esta emoción formidable, espontánea y reciente de la vida, que hoy, por la primera vez, me extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas.

Mi gozo viene de lo inédito de mi emoción. Mi exultación viene de que antes no sentí la presencia de la vida. No la he sentido nunca. Miente quien diga que la he sentido. Miente y su mentira me hiere a tal punto que me haría desgraciado. Mi gozo viene de mi fe en este hallazgo personal de la vida, y nadie puede ir contra esa fe. Al que fuera, se le caería la lengua, se le caerían los huesos y correría peligro de recoger otros, ajenos, para mantenerse de pie ante mis ojos.

Nunca, sino ahora, ha habido vida. Nunca, sino ahora, han pasado gentes. Nunca, sino ahora, ha habido casas y avenidas, aire y horizontes. Si viniese ahora mi amigo Peyriet, le diría que yo no le conozco y que debemos empezar de nuevo. ¿Cuándo, en efecto, le he conocido a mi amigo Peyriet? Hoy sería la primera vez que nos conocemos. Le diría que se vaya y regrese y entre a verme, como si me conociera, es decir, por la primera vez.

Ahora yo no conozco a nadie ni nada. Me advierto en un país extraño, en el que todo cobra relieve de nacimiento, luz de epifanía inmarcesible. No, señor. No hable usted a ese caballero. Usted no lo conoce y le sorprendería tan inopinada perla. No ponga usted el pie sobre esa piedrecilla: quién sabe no es piedra y vaya usted a dar en el vacío. Sea usted precavido, puesto que estamos en un mundo absolutamente inconocido.

¡Cuán poco tiempo he vivido! Mi nacimiento es tan reciente, que no hay unidad de medida para contar mi edad. ¡Si acabo de nacer! ¡Si aún no he vivido todavía! Señores: soy tan pequeñito, que el día apenas cabe en mí.

Nunca, sino ahora, oí el estruendo de los carros, que cargan piedras para una gran construcción del boulevard Haussmann. Nunca, sino ahora, avancé paralelamente a la primavera, diciéndola: "Si la muerte hubiera sido otra..." Nunca, sino ahora, vi la luz áurea del sol sobre las cúpulas del sacré-Coeur. Nunca, sino ahora, se me acercó un niño y me miró hondamente con su boca. Nunca, sino ahora, supe que existía una puerta, otra puerta y el canto cordial de las distancias.

¡Dejadme! La vida me ha dado ahora en toda mi muerte.*


Helios.

*César Vallejo, "Poemas humanos", en Poesía completa, Cuba, Procuñtura, 1988.

huraño II

La vida por delante

Por qué hoy, precisamente,
voy a sentir miedo, teniendo
la seguridad de que mamá nos cuida, como
hace tantos años, y
llora desde la puerta
porque estamos enfermos y vamos a morir.

-Mamá no lloraré nunca
desde la puerta: hace frío
cuando alguien se enferma de cuidado
y puede morir-

Por qué hoy se me ocurren
estas cosas tan consabidas; por qué
no hablo de la revolución social o del sufrimiento
anegado en una mujer
de quien su hijo está enfermo; del desarme de la ternura,
de
las mareas, de los coches de plaza, de los
cereales, que más no fuera.

-Ah soledad que no puedo
romper. Ah tristeza
aquerenciada,
dueña de tanta memoria-

Por qué hoy no puedo estar alegre. Descuido
lo que tengo, no he sabido vivir, suelo
mirar la vida del otro lado de una puerta. Tengo
frío y ganas de vomitar, te hago
cosquillas en la palma de la mano
para que sonrías un poco, para que me olvides
un poco, para que sueñes un poco, para que saltes
un poco
dormida,
asombrada, lejos, mirando
desde la puerta.

Por qué hoy me doy cuenta de que nunca he tenido
talento para el amor; por favor
una mano; por lo que más quieran,
si llegan a necesitarme, no se olviden de mí. Hoy no puedo
hacer otra cosa que esperar inútilmente
desconsolado, con rabia, con desidia, con miedo,
con vergüenza, con todo lo de siempre: la puerta un poco
entornada, cerca de allí, casi al alcance de la mano.*


La puerta un poco entornada, sí. Y mirando, más bien espiando la vida, con la seguridad que tiene un niño cuando espía a los mayores y cree que es invisible, que nadie se ha percatado de su presencia. Pero es la inocencia lo que resguarda al niño de la mirada ajena, entornada. Y la inocencia en algún punto se acaba, tal vez tras cruzar la puerta, la misma puerta desde la cual luego observamos la vida. La pequeña diferencia: nada escapa a la mirada de la vida, y ya no tenemos red de seguridad.
Helios.
*Francisco Urondo, "Del otro lado", en Obra poética, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2007.

huraño

Dame la mano

Cuando arda el amor,
no estaré a tu lado,
estaré lejos.

Será por cobardía,
por no sufrir,
por no reconocer que no supe
cambiar todo esto.

Arderá el amor,
arderá su memoria
hasta que todo sea como lo soñamos
como en realidad pudo haber sido.

Pero ya estaré lejos.
Será tarde para lamentos
y nadie podrá todavía asombrarse
de lo que tiene.

Antes que nada, antes
de sospechar,
vivamos, que más no sea, y que
por ahí es demasiado.

Vivir, sin
que nadie admita; abrir el fuego
hasta que el amor, rezongando, arda
como si entrara en el porvenir.*


Helios.

*Francisco Urondo, "Son memorias", en Obra poética, Bueno Aires, Adriana Hidalgo, 2007.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

si volviera de un viaje a mis adentros

Cómo será pregunto.
Cómo será tocarte a mi costado.
Ando de loco por el aire
que ando que no ando.

Cómo será acostarme
en tu país de pechos tan lejano.
Ando de pobrecristo a tu recuerdo
clavado, reclavado.

Será ya como sea.
Tal vez me estalle el cuerpo todo lo que he esperado.
Me comerás entonces dulcemente
pedazo por pedazo.

Seré lo que debiera.
Tu pie. Tu mano. *


Un viaje, esté o no planeado, siempre implica, aunque sea, una mínima cuota de incertidumbre. Viajes de ida y vuelta, viajes de ida, viajes de vuelta, viajes (simplemente). En algunos casos, incluso se nos viaja, y uno se queda quieto (¿impotente, frágil?).
Y como en todo viaje, no puede eludirse tan fácilmente el desarraigo (por efímero que este sea) o el exoarraigo, como cuando alguien nos ahorra el viaje y toma nuestro lugar. Pero, imponente virtud del ser humano, uno logra adaptarse, más sea por la fuerza, ¡imposible de ser abolida tal responsabilidad! Después se verá si se opta por instalarse, o por retomar el viaje.
Entonces, ¿volveré(mos)?
Helios.
*Omitido el título, ver Juan Gelman, "El juego en que andamos", en Gotán, Buenos Aires, Seix Barral, 1996.