XLIX
Murmurado en inquietud, cruzo
el traje largo de sentir, los lunes de la verdad.
Nadie me busca ni me reconoce,
y hasta yo he olvidado de quien seré.
Cierta guardarropía, sólo ella, nos sabrá
a todos en las blancas hojas de las partidas.
Esa guardarropía, ella sola,
al volver de cada facción, de cada candelabro ciego de nacimiento.
Tampoco yo descubro a nadie, bajo
este mantillo que iridice los lunes de la razón;
y no hago más que sonreír a cada púa
de las verjas, en la loca búsqueda del conocido.
Buena guardarropía, ábreme tus blancas hojas:
quiero reconocer siquiera al 1,
quiero el punto de apoyo, quiero saber de estar siquiera.
En los bastidores donde nos vestimos,
na hay, no Hay nadie; hojas tan sólo de par en par.
Y siempre los trajes descolgándose
por sí propios, de perchas
como ductores índices grotescos
y partiendo sin cuerpos, vacantes, hasta el matiz prudente
de un gran caldo de alas con causas
y lindes fritas.
Y hasta el hueso!
He vuelto. Un tiempo de ausencia, y Vallejo haciéndome señas para que regrese a este lugar de sosiego que es la escritura.
Para la ocasión, este poema número cuarenta y nueve de Trilce. Me resultó curioso por varios motivos, de los cuales sólo develaré uno. Este último tiempo ha sido de largas idas y venidas. Tal vez sean sólo idas, de momento no lo sé. El punto es que estuve intentando (sin éxito) alcanzar ese estadío superior, aquel que parece inasible. Creo que todos tienen su instancia superadora, en mi caso he decidido llamarla L (ele mayúscula); simplemente una cuestión de nomenclaturas.
el traje largo de sentir, los lunes de la verdad.
Nadie me busca ni me reconoce,
y hasta yo he olvidado de quien seré.
Cierta guardarropía, sólo ella, nos sabrá
a todos en las blancas hojas de las partidas.
Esa guardarropía, ella sola,
al volver de cada facción, de cada candelabro ciego de nacimiento.
Tampoco yo descubro a nadie, bajo
este mantillo que iridice los lunes de la razón;
y no hago más que sonreír a cada púa
de las verjas, en la loca búsqueda del conocido.
Buena guardarropía, ábreme tus blancas hojas:
quiero reconocer siquiera al 1,
quiero el punto de apoyo, quiero saber de estar siquiera.
En los bastidores donde nos vestimos,
na hay, no Hay nadie; hojas tan sólo de par en par.
Y siempre los trajes descolgándose
por sí propios, de perchas
como ductores índices grotescos
y partiendo sin cuerpos, vacantes, hasta el matiz prudente
de un gran caldo de alas con causas
y lindes fritas.
Y hasta el hueso!
He vuelto. Un tiempo de ausencia, y Vallejo haciéndome señas para que regrese a este lugar de sosiego que es la escritura.
Para la ocasión, este poema número cuarenta y nueve de Trilce. Me resultó curioso por varios motivos, de los cuales sólo develaré uno. Este último tiempo ha sido de largas idas y venidas. Tal vez sean sólo idas, de momento no lo sé. El punto es que estuve intentando (sin éxito) alcanzar ese estadío superior, aquel que parece inasible. Creo que todos tienen su instancia superadora, en mi caso he decidido llamarla L (ele mayúscula); simplemente una cuestión de nomenclaturas.
Pasando a asuntos administrativos, "Juncal" o "Iris" han quedado en el olvido a causa de un empate bipolar de la audiencia de este espacio, y debido a mi falta de tiempo para sentarme a escribir, el tópico "mundos" ha quedado relegado también.
Espero que disfruten el poema de Vallejo.
Será hasta el próximo encuentro.
Helios.
Espero que disfruten el poema de Vallejo.
Será hasta el próximo encuentro.
Helios.